Esta semana, el presidente de Colombia, Gustavo Petro, fijó posición sobre la crisis en Venezuela: “Debe haber nuevas elecciones, porque las que hubo no fueron libres”. Esta declaración reconoce implícitamente que Nicolás Maduro perpetró un golpe de Estado e instauró un gobierno de facto. El mundo entero es consciente de esta realidad: Maduro nunca abandonará el poder por la vía democrática.
Sin embargo, independientemente de si Maduro permanece en el poder o no, cuando se restaure la democracia en Venezuela, será necesario seguir varios pasos para restablecer el funcionamiento del Estado. El único poder legítimo actualmente es el presidente electo, Edmundo González, quien fue elegido conforme a la Constitución. El golpe de Estado de Maduro fue una agresión directa contra el orden constitucional, lo que deja a Edmundo González como la única autoridad legítima.
No obstante, los demás poderes del Estado deberán ser restaurados, pues participaron activamente en el golpe institucional. La renovación de los poderes debe comenzar por la Asamblea Nacional, desde donde se podrá reconstruir el resto de las instituciones. Solo a través de un acuerdo previo se podrá determinar si se adelantan nuevas elecciones, siempre y cuando se logre restaurar la democracia.
El principal desafío radica en cómo hacerlo con Maduro en el poder. Su permanencia es resultado de un golpe de Estado respaldado por las fuerzas militares, lo que convierte a Venezuela en una dictadura militar. Aquí es donde la intervención internacional se presenta como la única opción viable para restaurar la democracia. La historia ha demostrado que cuando los gobernantes se apropian de los Estados, las democracias se han restaurado con la participación de la comunidad internacional, especialmente si el dictador amenaza los intereses vitales de otros países.
Maduro utiliza la migración masiva como una herramienta de presión geopolítica, amenazando con expulsar a millones de venezolanos hacia otros países si se le aplican sanciones. Esta política de migración masiva es responsabilidad directa de su régimen, que ha generado pobreza y caos con el objetivo de desestabilizar a otras naciones.
El argumento de Maduro sobre las sanciones es falso. La crisis económica venezolana comenzó mucho antes de la implementación de sanciones en 2019. En 2014, cuando asumió el poder, no existían sanciones internacionales. La verdadera causa de la crisis fue la pérdida del financiamiento chino, que dejó al régimen sin recursos para mantener los programas sociales. Maduro respondió con la creación de moneda inorgánica, lo que desató la hiperinflación, y con la eliminación de subsidios y programas sociales. Las protestas masivas que siguieron fueron brutalmente reprimidas, con miles de ejecuciones extrajudiciales.
Según Provea, entre 2013 y 2023, el régimen de Maduro ha cometido más de 10.085 ejecuciones extrajudiciales, junto con 27.283 detenciones arbitrarias. Estas atrocidades llevaron a la imposición de sanciones internacionales en 2019, dirigidas principalmente contra los responsables de estos crímenes y no contra la población venezolana. El dinero del petróleo nunca ha beneficiado al pueblo, sino que ha sido utilizado para alimentar la maquinaria represiva del régimen.
En 2023, con el relajamiento de algunas sanciones, Maduro recibió alrededor de 20.000 millones de dólares, según Datanálisis. Sin embargo, el dinero no se destinó al bienestar de la población, sino que fue desviado para el enriquecimiento personal del régimen. Además, tras el golpe de Estado del 28 de julio de 2024, el régimen ha arrestado a más de 2.000 personas, asesinado a 24 y ejecutado a otros 6 prisioneros en las cárceles.
Maduro no solo oprime al pueblo venezolano, sino que también extorsiona a la comunidad internacional, amenazando con enviar oleadas de migrantes si se mantienen las sanciones o si se revoca la licencia de Chevron. Esta política extorsiva, junto con la amenaza a los mercados petroleros, lo asemeja al dictador libio Muamar Gadafi.
La experiencia internacional demuestra que las dictaduras que representan una amenaza para la estabilidad regional suelen ser derrocadas con la intervención de la comunidad internacional. La intervención en Libia es un claro ejemplo de cómo la presión internacional puede poner fin a regímenes autoritarios que atentan contra los derechos humanos y la seguridad regional.
Venezuela necesita una solución similar para restaurar la democracia, proteger a su pueblo y garantizar la estabilidad regional. La comunidad internacional debe actuar con firmeza para detener la maquinaria represiva de Maduro y facilitar la transición hacia un gobierno democrático liderado por Edmundo González.
Análisis
Venezuela vive en una dictadura con Nicolás Maduro y la situación está llegando a un punto crítico. Como politólogo, me parece fundamental mirar escenarios similares en la historia para entender cómo podríamos salir de este régimen. En algunos casos, como en Chile y España, la transición hacia la democracia tuvo un final relativamente feliz, pero hay ejemplos menos afortunados, como Irak y Libia. De hecho, Libia es el caso más parecido al de Venezuela. En el caso de Irak, la intervención fue una respuesta a la invasión de Kuwait, pero en Libia, la situación fue diferente: años de dictadura brutal, violaciones masivas de derechos humanos y un gobierno que se volvió cada vez más aislado y cruel. La historia de Muammar Gadafi y su régimen nos deja lecciones cruciales para Venezuela.
Maduro, al igual que Gadafi, ha utilizado el petróleo como una herramienta de poder y se ha mostrado dispuesto a desafiar al mundo. Sin embargo, las consecuencias de su régimen se están convirtiendo en una amenaza global. En Libia, después de años de agresiones, la intervención internacional fue crucial para liberar al pueblo libio. La clave aquí está en el petróleo, especialmente en las vastas reservas de petróleo extrapesado que Venezuela posee, las cuales podrían ser usadas por Maduro para extorsionar a Occidente. Si no actuamos, esta extorsión podría volverse aún más peligrosa.
La intervención en Libia en 2011 fue posible gracias a un grupo como el Consejo Nacional de Transición (CNT), que se unió para derrocar a Gadafi. En Venezuela, algo similar pudiera suceder: quizás el surgimiento de un movimiento de "Resistencia" lleve al país en una nueva dirección. Tras las elecciones fraudulentas de 2024, se están dando las condiciones para que surja un líder capaz de liderar un cambio similar al CNT en Libia, que contó con la ayuda de la comunidad internacional para llevar a cabo su misión. La intervención extranjera, apoyada por un liderazgo sólido y decidido, podría ser la clave para derrocar a Maduro y devolver la democracia a Venezuela.
Así que la única forma de sacar a Venezuela de su dictadura al parecer es una intervención internacional que respalde a la oposición en resistencia, como ocurrió en Libia en 2011, especialmente ahora que Donald Trump está en el poder se puede dar viabilidad a este plan.
Esta idea tiene sentido en el marco de lo que sucedería si el petróleo liviano, el que el mundo refina fácilmente, se empieza a agotar y Venezuela, que tiene las mayores reservas de petróleo extrapesado en la Faja del Orinoco, podría convertirse en la única opción viable de petróleo.
Me pregunto: ¿qué pasaría si Maduro en este hipotético escenario usa esas reservas para extorsionar a Occidente cuando el crudo escasee y él controle lo que todos necesitan? Expertos predicen que la solución podría estar en aprender de Libia, habida cuenta de la similitud de los dictadores y de las formas de gobierno. Maduro ha decidido ir adelante con su modelo de sistema, formalizando su dictadura, la oposición no tendrá otra opción que ir a un movimiento de "Resistencia", porque el autogolpe de Maduro tras el fraude del 28 de julio de 2024 demuestra que nunca cederá el poder pacíficamente, pero ahora en conocimiento del desafío que tiene, Trump tiene la oportunidad de liderar y asegurar un proveedor seguro de petróleo para Estados Unidos y al mismo tiempo liberar a Venezuela.
En lo personal, pienso que Maduro se parece a Gadafi en muchas cosas. Los dos han gobernado países petroleros, usando el crudo para mantenerse mientras reprimen a su pueblo y desafían al mundo. Gadafi lo logró por décadas hasta que la OTAN intervino; Maduro ha llevado a Venezuela al colapso, pero sigue aferrado al poder. Lo que más me hace compararlos es cómo sus crisis podrían resolverse con intervención externa. En Libia, el Consejo Nacional de Transición (CNT) fue clave, y creo que en Venezuela necesitamos algo similar que lidere la oposición, quizás con María Corina Machado.
El CNT se formó en febrero de 2011, cuando las protestas contra Gadafi en Bengasi explotaron en rebelión tras su violencia brutal. Era un grupo variado —activistas, exiliados, militares desertores— que se unió bajo Mustafa Abdul Jalil, un exministro que desertó. El 27 de febrero se organizaron como gobierno alternativo, crearon un consejo militar, tomaron ciudades como Tobruk y pidieron ayuda internacional. En marzo, la OTAN empezó a bombardear, y con armas y apoyo externo, el CNT derrocó a Gadafi en meses. En Venezuela, no hay salida en transición democrática porque Maduro destruyó la forma constitucional, quizás la retórica de María Corina la lleva a evitar mencionar que Venezuela requiere ayuda internacional para restaurar la Constitución, pero es la única salida posible, si ella no es la líder para esta versión del CNT en Venezuela surgirá otro ante la inminente toma de decisión. Tras las elecciones robadas de 2024, ella tiene el apoyo masivo y la firmeza para unir a la oposición —políticos, militares disidentes, ciudadanos— en un movimiento que organice la lucha y, con respaldo extranjero, restaure la Constitución al remover a Maduro del poder tal como hicieron en Libia.
Lo del 28 de julio de 2024 lo cambió todo. Ese día, le ganamos a Maduro en las urnas con Edmundo González como presidente electo, pero él robó las elecciones y las convirtió en un golpe de Estado institucional. El fraude empezó manipulando los datos; el 29 de julio, el CNE lo proclamó violando el Artículo 5 de la Constitución. El 30 de julio, el alto mando militar lo respaldó, traicionando el Artículo 328. El 22 de agosto, el TSJ validó actas falsas, pisoteando los artículos 62, 63 y 138. La Fiscalía inventó un “hackeo” y persiguió opositores, violando más principios. El 10 de enero de 2025, con su juramentación, Maduro consolidó el autogolpe, ignorando los artículos 138, 333 y 350, que declaran nulo cualquier poder usurpado y llaman al pueblo a desconocer regímenes antidemocráticos. Desde julio, hubo 2.000 arrestos, 26 asesinatos, 6 opositores muertos en custodia y desaparecidos sin contar. No derrocaron solo a Edmundo; derrocaron la Constitución misma.
Edmundo quedó en un limbo: electo, pero derrocado antes de asumir. Se refugió en una embajada bajo amenazas, pero no denunció el golpe como tal, dejando que el mundo viera una “democracia cuestionada” en vez de una dictadura de facto. Lo hizo de forma tardía el 10 de enero. Ahora, Maduro llama a elecciones fraudulentas para ganar tiempo y legitimarse. Él ahora es dependiente de militares, Rusia y Cuba tras la derrota electoral que le propinamos. Se aferra al poder por la vía armada. Esto prueba que no hay salida pacífica: participar en su juego solo lo fortalece. Por eso propongo a los venezolanos que rechacen esas trampas electorales y resistan directamente contra el régimen.
Mi hipótesis es que el petróleo liviano se acabará pronto y el extrapesado de Venezuela será clave. Expertos calculan 17 años para la escasez, pero si mis sospechas son ciertas, será antes. Estados Unidos depende de la gasolina —su población usa autos propios—, mientras otros países avanzan en eléctricos. Biden quería 50% de su flota eléctrica para 2035, pero el otro 50% tardaría hasta 2045. Eso deja poco margen para la independencia total de la gasolina. Es bastante probable que no evadan el impacto de los precios cuando el crudo ligero se acabe, así que los dejará expuestos, lo que quedará será el petróleo pesado venezolano. Si Maduro lo controla, extorsionará a Occidente incluido Estados Unidos: “O me pagan y quitan sanciones, o vendo a Rusia y China”. Si esta tesis se confirma es bastante probable que la tolerancia al dictador se termine más pronto de lo que pensamos.
Con Trump en la Casa Blanca desde 2025, esto tiene viabilidad. Estados Unidos necesita un proveedor seguro de petróleo para los tiempos duros que vienen, y Venezuela puede serlo si se expulsa a Maduro del poder. En vez de negociar con un dictador, Trump podría apoyar a la "Resistencia", a María Corina, a los venezolanos cualquiera que sea quien lidere este enfoque, quizás un militar patriota, cuando esto se ponga difícil habrá muchas deserciones, cualquiera de ellos puede liderar la restauración constitucional, con una intervención al estilo libio: armas, inteligencia, presión para que militares chavistas deserten. En Libia, muchos abandonaron a Gadafi cuando perdió fuerza; aquí podría pasar igual. Esto garantiza petróleo para Estados Unidos y un negocio con un país libre —nosotros, la oposición—, no con un tirano.
Lamentablemente, en Venezuela no hay otra opción, el país está condenado a la esclavitud que ofrece el dictador. Maduro consolidó una dictadura de facto tras el golpe; negociar o votar en sus trampas es inútil. El pueblo está al límite y aunque una guerra sería dura, la aceptarían por la libertad. En Venezuela necesitamos cambiar la flota de carros a eléctricos, porque al igual que los otros países seremos impactados por la escasez de combustible, pero con Maduro eso no pasará jamás. Él solo quiere vender petróleo, mientras los venezolanos se mueren sin hospitales y con carros empujados por caballos. Trump debe saber que el mundo está ante el agotamiento del crudo ligero y actuar ahora —apoyando a la "Resistencia en Venezuela" para remover a Maduro— es crucial para guardar mucho petróleo y asegurar el futuro de Estados Unidos y Venezuela. Hay que empezar ya los planes para restaurar la república en Venezuela, porque cada día que pasa, la extorsión del dictador se hace más peligrosa.
@estebanoria