Cobra Kai ha concluido como la mejor carta de amor para el perdedor de Karate Kid, Johnny Lawrence, quien se encargó de protagonizar el famoso spin off de la trilogía estelarizada por Ralph Macchio.
Por tanto, la serie termina por donde empezó todo en la estupenda primera temporada, cuyo estreno fue primero por Youtube, de manera casi alternativa.
Ni la crítica, ni los fanáticos, ni la industria creían mucho en la consistencia de la serie, derivada del filme de culto de 1984.
Pero el éxito de la primera temporada allanó el camino para desarrollar un multiverso con entidad propia, donde por cierto el director venezolano Joel Novoa ha tenido un papel clave como diseñador creativo, desde la silla de realizador, turnándose en el puesto con los mismos showrunners del contenido.
En la temporada seis, Novoa dirige seis episodios, siendo el realizador más solvente en cuanto a edición, profundidad y alcance de los capítulos.
Ello nos habla de su impronta en Hollywood y del trabajo silencioso de los criollos en la meca.
En tal sentido, Cobra Kai defiende unos principios que van de su forma de confección hasta su mensaje en favor de los “underdogs”, de los outsiders, de los inmigrantes que hacen vida en Los Ángeles.
De hecho, así nació Karate Kid cuando el personaje de Daniel y Miyagi se encontraron por primera vez, como una proyección doble de dos minorías: la italoamericana y la japonesa.
Aquel filme fue dirigido por el mismo autor de Rocky, John G. Avildsen.
Por ello, Cobra Kai ha finalizado, por lo pronto, como un sentido homenaje a la obra maestra de Silvester Stallone, al punto de citarla textual y estéticamente a través de emotivas secuencias de montaje.
Por ende, Cobra Kai se perfila, en su temporada seis, como una ofrenda al Valle de los Ángeles, a su resistencia y resiliencia, a raíz de los lamentables incendios.
El arco de Johnny Lawrence culmina con la oportunidad de disputar una pelea, a tres puntos, para desempatar un torneo mundial, en el que sus muchachos de Cobra Kai quedaron tablas con los villanos de turno, encabezados por el temible y desalmado Sensei Wolf.
Pero ya sabemos que las líneas entre la bondad y la maldad pura, son apenas una frontera imaginaria que la serie ha sabido cruzar con inteligencia, para mostrarnos que la dimensión humana es capaz de evolucionar, cambiar y redimirse.
Lo cierto es que la batalla tiene a Johnny preocupado por sus fantasmas y demonios, que se le regresan en la forma de recuerdos de Karate Kid, cuando recibió castigo moral y un calvario por solo perder la final ante Larusso.
En consecuencia, el guion va cerrando aquellas heridas abiertas, cicatrizando el duelo eterno y la crisis existencial que acompañó al protagonista, Johnny Lawrence, la otra cara de Larusso.
Ambos unen fuerzas y se establecen como una de las parejas arquetípicas más sintomáticas de los ochenta y su vuelta nostálgica.
La serie refrenda su storytelling al convocar a cada uno de los actores que la hicieron grande, entre cameos y recuperaciones que envían un mensaje a la desmemoriada Hollywood, hoy asaltada por la moda pasajera y el criterio efímero de contratar influencers a ciegas, que luego generan crisis de reputación, por su escasa formación y mérito.
Cobra Kai nos hace brincar y saltar de la emoción, como la primera vez en 1984, pero ahora según la visión del olvidado Johnny Lawrence, quien consigue ganar y levantar un trofeo por madurar, aceptar las diferencias y superar sus complejos, con el apoyo de toda su familia, de su comunidad, de sus nuevos y viejos amigos.
De tal manera, la serie le habla a un país dividido y polarizado por un conato de guerra civil.
Estimo que Cobra Kai es una metáfora de los tiempos que vivimos, así como Karate Kid lo fue en los ochenta del rearme moral de Reagan.
No es necesariamente una serie trumpista, tampoco del Obamacare.
Se sitúa en el contexto para llamar la atención sobre temas como la generación de cristal, la educación sentimental y el derecho a tener segundas oportunidades en la vida, trabajando en lo que amas.
William Zabka, como antes Ralph Macchio, nos dice que no hay que sentir complejo por lo que somos, que abracemos nuestra pasión y que busquemos la felicidad en el lugar donde somos productivos, por pequeño que sea. Johnny Lawrence se ganó su dojo de sensei en Cobra Kai, para enseñarnos que la educación es vital hoy en día, si queremos que los muchachos avancen del estatus de la sobreprotección y la zona de confort.
He aquí una serie que nos enseña el valor de la derrota, de la pérdida, del fracaso, que es la esencia del éxito y de la constancia que suma y asciende.
Así que nadie se sienta víctima o derrotado por perder una batalla, por no conquistar el podio a la primera vez.
Hay que seguir intentándolo y superándolo con el aplomo de Johnny Lawrence.