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La historia de Cenicienta y el oligarca

Charles Perrault y los Hermanos Grimm, con 150 años de diferencia, imaginaron la historia de Cenicienta, aquella pobre muchacha, criada entre cenizas, víctima de los maltratos y desaires de sus hermanastras, pero salvada de la indigencia por un príncipe. El salto cuántico en el estatus económico, social y existencial de Cenicienta fundamentó toda la llamada […]
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Charles Perrault y los Hermanos Grimm, con 150 años de diferencia, imaginaron la historia de Cenicienta, aquella pobre muchacha, criada entre cenizas, víctima de los maltratos y desaires de sus hermanastras, pero salvada de la indigencia por un príncipe. El salto cuántico en el estatus económico, social y existencial de Cenicienta fundamentó toda la llamada “literatura del corazón”, los culebrones de todo el planeta, y más lejanamente -pero no mucho- el discurso populista latinoamericano, de Perón a Chávez. Esta introducción para entender el más bien raquítico aggiornamento del mito que propone Anora.

Anora, conocida como Ani, es una chica de la vida alegre que se gana la vida entreteniendo a hombres en un club de Brooklyn, actividad que por supuesto completa con visitas a domicilio. (¡Hombre!, no debiera extrañar a nadie que a esta altura del partido Cenicienta trabaje de puta). Un buen día conoce a un joven ligeramente menor que ella que la colma de regalos, atenciones y le paga sus favores cuantiosamente. El chico pasa la mayor parte del tiempo en una nube de droga y alcohol (es un “vodkichico”) y se prenda de la bella Anora. En un rapto de locura de esos que tiene la gente muy muy rica decide irse con sus amigotes a Las Vegas, esa ciudad del pecado en la cual la gente hace tres cosas que conducen a la ruina: beber, jugar y casarse. Las cosas no podrían ir mejor para Anora (quien prefiere que la llamen Ani, olvidamos contarlo, habla un poco de ruso porque tiene ascendentes familiares de ese país).

Anora/Ani, sin embargo quiere dejar atrás esa historia de su familia porque se considera ante todo americana. Una vez casada, Cenicienta/Anora/Ani hace lo que cualquier mujer sensata haría en su lugar: renunciar a su vida anterior, abandonar a sus colegas de trabajo y dedicarse a su príncipe azul. Sin embargo, no contaba con la astucia de la perversa bruja, madre de su príncipe azul, que enterada del desaguisado por el bocafloja del guardaespaldas, viaja rauda y presurosa para deshacer el entuerto. Al espectador le cae entonces la ficha. Los papás del príncipe azul son unos oligarcas rusos, presumiblemente amigos de Putin que, a punta de dinero mal habido, han criado un hijo tonto y maleducado. Ellos, más malos que Putin, Erdogan y Orban juntos, logran deshacer el matrimonio, le pagan a Anora unos dólares y Anora ensaya un romance fugaz con el guardaespaldas bueno. Pero termina llorando. (Si creen que esto es un spoiler, remítanse a cualquier telenovela que se les haya cruzado en el camino).

El único motivo por el cual ir a ver una película cuyo “trailer” telegrafiaba el libreto y desenlace es que ganó la Palma de Oro del Festival de Cannes del año 2024. Lo primero que uno pensaría es que el presidente del jurado era Elvis Amoroso secundado por su CNE. Pero resulta que la presidenta era la muy talentosa Greta Gerwig, directora de Lady Bird, Mujercitas y consagrada con la dirección de la excelente “Barbie”. La segunda hipótesis es que – habiendo oligarcas rusos en la costa- estos se han comprado al jurado, hipótesis difusa. La tercera opción es que, en estos tiempos confusos, Cenicienta ha sido elevada a la categoría de heroína “woke” y la narrativa “woke” se sabe, es la narrativa de una víctima que espera, por su condición de tal, una retribución que nunca es suficiente. (Cuidado con perder el norte, el remedio al disparate “woke” está resultando peor que la enfermedad).

En todo caso, y con los respetos del caso para el talento de Greta Gerwig, Anora es al Festival de Cannes lo que el triunfo de Maduro a la democracia.

Anora. EE UU, 2024. Dirección: Sean Baker. Con Mikey Madison, Mark Eydelsjteyn, Yura Borisov.

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