Al terminar de leer la autobiografía novelada de Plutarco Cortez, escritor, poeta y pensador nicaragüense, Escalando la montaña, best seller de Amazon 2024, vienen a mi mente varias reflexiones sobre el acontecer cultural que se ha dado tras el asalto al poder de los sandinistas desde 1979 hasta la fecha. Las incógnitas son muchas, siendo una de ellas la más envolvente: ¿qué habría sido de los artistas en general, incluidos sus poetas y escritores, si ese influjo social no hubiese llegado a asumir el destino de los nicaragüenses? ¿Serían tan famosos estos, capaces de arrasar con una gran cantera de premios literarios internacionales, desde el panfletario Casa de Las Américas de Cuba hasta los Cervantes y Reina de Sofia de España, entre otros? Muy prontamente en mi cabeza resalta un “No” y hasta un “Imposible”, si analizamos el aplomo y calidad de sus obras en comparación con el resto de autores hispanoamericanos.
Ejemplos de esto hay miles. A la llegada del sandinismo, después de la salida del último de los Somoza, los artistas más sonados eran Carlos Mejía Godoy en la música popular; Armando Morales en la pintura —ya con una plástica de calidad, expuesta y aplaudida transatlánticamente— y Ernesto Cardenal, en la poesía, con una obra intertextualmente sabuesa entre la poesía epigramática amorosa clásica, los salmos bíblicos, la literatura cósmica y la políticamente holística, aglomerada en su fracasada escuela “exteriorista”, su odio (o resentimiento) a los Somoza y su culto enfermizo a la Cuba ya hambreada de Fidel Castro (léase Ernesto Cardenal en Cuba, 1977).
Otro caso es el de la poeta Gioconda Belli. A mediados de los noventa la entrevisté en Managua para la revista Decenio y titulé el texto con algo que afirmó, que a ella “la revolución no la hizo famosa”, pero eso la motivó a llamarme por teléfono y hacerme un reclamo por algo que ella misma dijo, como se lo recordé.
¡Pero claro que la revolución los hizo famosos a todos ellos! Negarlo ellos mismos es un acto de baja contextura moral y de estrechez mental y oportunista después de que perdieron el poder en 1990, de la división entre ellos y de la crisis ética que los atraviesa a todos por igual.
Plutarco no viene de esas aguas. Viene de un aprisionado molino social que lo ha llevado a lo largo de su vida por una hojarasca familiar compleja, con una niñez y adolescencia restringida por la economía familiar, venida a la bancarrota tras la muerte de su padre, por la migración personal y sus avatares cíclicos como las enfermedades y la necesaria obligación de buscar trabajo para el sostenimiento familiar, de joven en la vecina Costa Rica y de adulto en Estados Unidos, viviendo esa trayectoria de sueños y sangre como tantos, ilegalmente y saliendo adelante entre proezas, resiliencias y portentosos esfuerzos personales, perfectamente narrados en esta autobiografía novelada.
Sin lugar a dudas una obra de lectura obligada para conocer, además de su intensa vida, ese pasado reciente de una era convulsa, falsa y siniestra. Obra esta con mucha gallardía personal y social de sus días vividos al “golpe a golpe” del decir de Antonio Machado; de su bohemia sin alcohol, la poesía, la familia que supo encontrar cálidamente en su otoñal vida y la pobreza de la cual emerge como un hombre digno, sin favores prestados a ninguna revolución, sin resentimientos típicos de la mediocridad humana ni de ningún poder de turno que no le permitiese escribir su obra con libertad.
El autor es escritor y político nicaragüense exiliado en Estados Unidos. Columnista internacional.