La primera precaución sería la de no dejarse intimidar por los 215 minutos que dura la película, porque, para empezar son los minutos mejor empleados de una película que desde los primeros planos se propone como una gesta épica. El tiempo dedicado abordará un sin número de temas que van desde la arquitectura, la inmigración, la integración a una nueva cultura, el sionismo y el entusiasmo por el naciente Israel o las duplicidades de la década próspera que sigue a los horrores de la guerra. Pero junto a ellas y en un plano más antropológico, el gran tema es el mecenazgo y la siempre difícil relación entre el benefactor y el beneficiado, que oscilará entre sujeto creativo y objeto de los caprichos de un señor muy rico.
Un inmigrante húngaro, judío y de profesión arquitecto ha sobrevivido al Holocausto y llega a Norteamérica separado de su esposa y sobrina que, sin que él lo sepa, han sobrevivido. Estas primeras imágenes dan la tónica de la película. A un desordenado y por momentos violento desembarco de una multitud que es dirigida como ganado, le sucede una imagen, casi invertida de la estatua de la libertad. El periplo parece ordenarse cuando un primo del protagonista, integrado y convertido al catolicismo, lo cobija. Esta introducción, brutal en el mundo de los ricos tendrá un primer traspié que en realidad es la antesala del viaje hacia el triunfo y sus no siempre halagüeños recovecos. Más importante es el eje sobre el cual gira toda la trama porque después de una decepción por el trabajo hecho, el cliente descubre la trayectoria del protagonista y corrige su inicial arranque de furia. Esta ida y venida es el alimento de toda la trama que como un péndulo, va de las ideas grandiosas del capitalista a la ejecución por parte del arquitecto. En un plano más terrenal, es la dialéctica entre quien pone los reales y quien le da cuerpo a ese sueño. El amo y el esclavo si llevamos la dinámica hasta el extremo, como en efecto en una escena de una violencia sexual inusitada al final se produce. Lo que ocurre es que este va y viene no es para nada sencillo porque no hay amo sin esclavo y viceversa y las ideas del arquitecto son las que pueden llevar a buen puerto los sueños del capitalista. Y ambos se necesitan desesperadamente para poder afirmarse en su rol. El mecenas rico para ser admirado y dejar un legado para la sociedad y el arquitecto porque esa es su profesión y para cumplir con ella necesita obsesionarse con los detalles, pelear por la ejecución de los mismos, renunciar a su ganancia si es necesario porque al final lo que cuenta para el artista es el resultado.
Todo esto sería muy abstracto si no fuera por dos elementos. El primero es el libreto que ancla con justicia y contundencia el drama en los Estados Unidos de los cuarenta en adelante (y de paso pone de manifiesto la dignidad y el aporte de los inmigrantes a la cultura americana). El interés de la trama disuelve el largo del espectáculo que también de paso, se apiada del espectador con un intermedio de quince minutos, confesión de fe épica. Se apoya en dos elementos claves. El primero es el brillo actoral de todo el elenco con el gran Adrien Brody (acaso una prolongación del magnífico Pianista de Polanski en el film del 2002). El segundo es la composición y la fotografía, homenaje a la profesión del protagonista y a la metáfora última de la película. Porque la arquitectura implica construcción, puesta en obra, manejo de personas y , en última instancia implica un juego de poder con lo cual volvemos al tema angular de la película. El final es el corolario adecuado, el poder, elemento antropológico corruptor por excelencia, lleva a extravíos en el plano individual del cual la violencia sexual es una manifestación grotesca. Saltando al plano político el poder es la antesala del horror del Holocausto, del cual los protagonistas huyen, sin poder escapar. La libertad es siempre un signo de interrogación.
El brutalista es a fin de cuentas una película muy pesimista. Es cierto que los protagonistas son sobrevivientes maltrechos, pero vivos al fin y que celebran esa vida entre otras cosas con la fundación de Israel. Pero en el fondo sobrevivir no los exime de encontrarse frente a otro juego de poder, acaso más civilizado comparado con el horror terminal, pero no menos revelador de los extremos a los cuales lleva el juego del amo con el esclavo. Un filme clave en los tiempos que corren.
El brutalista (The brutalist). EE. UU. 2024. Director: Brady Corbet. Con Adrien Brody, Felicity Jones, Guy Pearce, Raffey Cassidy