Nada refleja mejor el colapso de la nación que la decadencia de su diplomacia, otrora la función pública más distinguida por su representación del Estado y su exigente proceso de selección para los funcionarios de carrera. La diplomacia venezolana, que alguna vez gozó de prestigio, ha sido sustituida por la estridencia ideológica del servilismo sin esencia. Convertida en una burda herramienta de acompañamiento ideológico, ha dejado de existir en su verdadera esencia, pues tampoco quedan destinos donde los adoctrinados puedan desempeñarse, debido al progresivo aislamiento del régimen y la escasez de relaciones diplomáticas con las naciones del mundo libre.
Una de las funciones fundamentales del Estado-nación es la diplomacia. Los concursos públicos de oposición y la adecuada incorporación de profesionales garantizaban, en gran medida, el éxito de una diplomacia eficiente, comprometida exclusivamente con el interés nacional. Si bien los factores políticos nunca han sido ajenos a este ámbito, los actores políticos solían privilegiar los espacios técnicos, de los cuales se nutrían para la toma de decisiones fundamentadas.
Hugo Chávez incumplió su promesa electoral de profesionalizar el servicio exterior, según lo afirmó en múltiples entrevistas de la época. Lejos de fortalecer la carrera diplomática, su gobierno implementó políticas que la desmantelaron por completo. Desde la utilización de la infame lista Tascón hasta la cooptación total de cargos y rangos diplomáticos, el servicio exterior dejó de ser un espacio regido por el mérito y la formación profesional. En este contexto, resulta fundamental reflexionar sobre los factores que, en el pasado, hicieron brillar a la Cancillería y aquellos que hoy han contribuido a la desfiguración de esta noble e importante carrera pública.
La formación diplomática en Venezuela tiene sus raíces a principios del siglo XX, cuando Esteban Gil Borges, en su calidad de consultor del Ministerio de Relaciones Exteriores, propuso al canciller Ignacio Andrade la urgente necesidad de una preparación técnica adecuada para los funcionarios del Servicio Exterior. Esta iniciativa resultó en la creación de un curso especial para el ingreso a la carrera diplomática y consular, que se implementó en la Escuela de Derecho de la Universidad Central de Venezuela mediante un convenio con la Cancillería. Con el paso del tiempo, la formación diplomática se consolidó y dio lugar a la creación de la Escuela Preparatoria para el Servicio Diplomático y Consular, un paso crucial hacia la institucionalización de la carrera diplomática en el país.
El impulso a la educación diplomática continuó con la creación del Instituto de Asuntos Internacionales en 1977, cuya misión era modernizar la capacitación del servicio exterior y adecuarlo a las exigencias de un mundo globalizado.
En 1983, durante la conmemoración del bicentenario del nacimiento de Simón Bolívar y de don Pedro Gual, dos diplomáticos venezolanos, José de Jesús Cordero Ceballos y María del Valle Vázquez Mancera, propusieron que la academia diplomática adscrita al Ministerio de Relaciones Exteriores llevara el nombre de Pedro Gual. Ambos, profundamente preocupados por la escasa valoración del ilustre canciller de la Gran Colombia y fiel colaborador de Bolívar, escribieron sendos artículos en su honor el 17 de enero de 1983. María del Valle Vázquez publicó en el diario El Nacional, mientras que el embajador Cordero Ceballos lo hizo en El Universal. La propuesta fue formalmente presentada en 1984 al recién nombrado canciller, Dr. Isidro Morales Paul. Durante un desayuno inaugural, Vázquez sugirió que la nueva academia recibiera el nombre de Pedro Gual, argumentando que otros héroes nacionales ya gozaban de múltiples homenajes, mientras que Gual aún no contaba con el reconocimiento adecuado. Asimismo, conversó con Alejandro Tinoco, quien sería el primer director de la academia, para que apoyara esta iniciativa. Para su agrado, al fundarse la academia, esta adoptó el nombre propuesto.
La Academia Diplomática Pedro Gual fue oficialmente establecida el 25 de junio de 1984, mediante el Decreto N° 172, bajo la gestión del canciller Isidro Morales Paul. Su misión principal era actuar como el brazo académico del Instituto de Asuntos Internacionales, asegurando la actualización y el perfeccionamiento profesional de los funcionarios del Servicio Diplomático y Consular, en respuesta a la creciente complejidad de las relaciones internacionales.
En 1991, la academia se transformó en el Instituto de Altos Estudios Diplomáticos Pedro Gual, fusionándose con el Instituto de Asuntos Internacionales. Esta integración permitió ofrecer formación de nivel superior en el ámbito diplomático, consolidándose como un centro especializado en estudios de diplomacia internacional de alto nivel académico, adscrito al Ministerio de Relaciones Exteriores.
A lo largo de su historia, el Instituto ha contado con varios directores destacados, entre ellos Alfredo Toro Hardy, quien estuvo al frente de la institución entre 1992 y 1994, y Fermín Toro, quien continuó con la modernización de la academia. Durante la administración de Alejandro y Alfredo Toro Hardy, se fundó y consolidó la revista Política Internacional: Revista Venezolana de Asuntos Mundiales y Política Exterior, en la que participaron numerosos diplomáticos de carrera y reconocidos profesores de pre y posgrado, convirtiéndose en un referente para el análisis de la política exterior venezolana.
En ese mismo espíritu de reconocimiento a la diplomacia venezolana, una emotiva anécdota tuvo lugar en la Casa Amarilla durante una conferencia impartida por el canciller Burelli Rivas sobre la Academia Diplomática Pedro Gual. Al término de su intervención y ante un auditorio repleto, el canciller, visiblemente conmovido, expresó que desconocía quién había propuesto el nombre de don Pedro Gual, ilustre canciller de la Gran Colombia en tiempos de Simón Bolívar, para designar a la Academia Diplomática fundada en 1984. En un gesto solemne, alzó su mano y bendijo a la persona responsable de aquella iniciativa. Entre los asistentes, una mujer sentada en silencio, M. del V. Vásquez, escuchó aquellas palabras y, en un murmullo apenas perceptible, dijo para sí misma: "Me bendijo".
Posteriormente, el embajador Leandro Area asumió la dirección del instituto, logrando consolidar su reputación académica y ampliando significativamente su alcance. Durante su gestión, el instituto adquirió un nuevo edificio con mayor capacidad, lo que permitió mejorar la infraestructura y optimizar la formación de los futuros diplomáticos, logro que se debió a su enfática búsqueda por un mejor espacio que sirviera de sede y dignificara aún más, la noble función diplomática. Además, bajo su liderazgo nació de manera independiente la revista Política Exterior, integrada por diplomáticos y profesores universitarios, la cual fomentó el debate y el análisis crítico de las relaciones internacionales, contando con el respaldo de su administración.
Asimismo, la administración de Leandro Area se caracterizó por el impulso de programas de posgrado en Relaciones Exteriores, la consolidación de espacios de debate académico y la organización de los últimos concursos libres para el ingreso a la carrera diplomática, garantizando un acceso basado en el mérito y la excelencia profesional. Además de ostentar el rango de embajador, Leandro Area ya era un reconocido académico, cuya obra sobre las políticas públicas, contenida en un pequeño libro de portada amarilla—cariñosamente apodado el pollito por los estudiantes—, era y sigue siendo de obligatoria lectura en la formación de licenciados en ciencias políticas y administrativas. Gracias a su visión académica y a una gestión eficiente, el instituto alcanzó altos estándares de formación y se consolidó como un pilar fundamental en la profesionalización del servicio exterior venezolano.
Sin embargo, con la llegada del madurismo al poder y la posterior consolidación del régimen autoritario, la academia perdió su enfoque formativo para los cuadros diplomáticos y se transformó en una institución burocrática orientada a programas de posgrado desvinculados de la carrera diplomática. Bajo el control del oficialismo, se desmantelaron los principios meritocráticos y la academia perdió su esencia, convirtiéndose en una extensión ideológica del régimen. Esto reflejó la profunda crisis institucional que experimentó el país en las últimas décadas. Hoy ese espacio de discusión libre de las ideas ya no existe. Solo se puede discutir, lo que ordene el régimen, sin ningún tipo de críticas. El silencio se apoderó del espacio de formación diplomática.
Lo que alguna vez fue un pilar fundamental de la diplomacia venezolana, un centro de excelencia que formó a generaciones de diplomáticos y embajadores, terminó reduciéndose a una institución más dentro del aparato propagandístico del Estado. El desmantelamiento de la tradición diplomática venezolana es una muestra más de la decadencia institucional que ha aquejado al país en los últimos años.