Tanto como hace dos milenios y medio Heródoto y Tucídides usaron la palabra colonia. La empleaban para referirse al establecimiento de grupos griegos en sitios tales como Sicilia, el mar Negro y diferentes localidades, allí donde los hijos de Atenas fueron incursionando. Más tarde serían los romanos quienes la emplearían para definir el asentamiento de los herederos de Rómulo y Remo en las tierras conquistadas. Tito Livio y Cicerón mencionan la creación de colonias como estrategia de expansión territorial y control político.
Comenzando el siglo XVI, en 1518 para ser precisos, Carlos I de España otorga, mediante Real Cédula, a Hernán Cortés: “Concedemos que se funden colonias en las tierras de la Nueva España, que se repueblen las ciudades y se establezca la autoridad de la Corona”.
A mediados del siglo XVIII Charles Louis de Secondat, barón de Montesquieu, en El espíritu de las leyes, asienta algo así como: “Las colonias no son para los pueblos lo que son para los gobiernos. Para estos, son medios de enriquecimiento y de poder, pero para los pueblos, son lugares de opresión y sufrimiento”.
La condición polisémica, como hubiera dicho el recordado Manuel Bermúdez, le ha permitido navegar por cualquier ámbito.
Se puede leer en el Diccionario Médico de la Clínica Universidad de Navarra: “Colonización: Acción por la cual los microorganismos se asientan establemente en un nuevo nicho biológico. La colonización del hospedador por parte de un microorganismo es la primera etapa en una asociación simbiótica, ya sea esta comensalista, mutualista o parasítica.”
Puede inferirse de todo esto que, por lo general, se le usa para definir una situación en la que un grupo o localidad determinada es subyugado. Se puede leer en el Diccionario de la Real Academia Española: “Territorio dominado y administrado por una potencia extranjera.”
Es de mencionar también que, de un tiempo a esta parte, se le utiliza en lo ideológico. En general para estigmatizar a todos los que asumimos posiciones políticas incorrectas, es decir, a quienes señalamos las estupideces, yerros y arbitrariedades cometidas en nombre del progresismo y demás yerbas aromáticas.
La colonización política es de mírame y no me toques. Todo lo malo es obra y gracia del imperialismo americano, que pretende convertir el mundo en un desierto helado para imponerse. Muletilla que no pierde impulso ante nada. Los americanos se quieren coger el mundo, pero cuando la Unión Soviética se apropió de media Europa se metían la lengua en lo más profundo de sus cavidades bucales. Los palestinos secuestran, violan, matan; y los judíos deben seguir poniendo la otra mejilla, so pena de ser etiquetados como genocidas, y de vaina no los acusan de ser ellos mismos quienes crearon los campos de concentración y las cámaras de gas. En España un cretino con cara de sacristán trasnochado como Alberto Núñez Feijóo se dedica a darle aire al malviviente de Pedro Sánchez y la cáfila de hampones anormales en que ha terminado el PSOE, pero es Vox el monstruo ultraderechista.
En este continente, más aún en nuestro país, vemos a tirios y troyanos desmelenándose ante los arrestos dictatoriales de Trump, y casi que salen a clamar por los derechos humanos del Tren de Aragua. ¿Cómo se le ocurre insinuar que puede mandar a Guantánamo a tan seráfico coro de ángeles? Y la coral es unísona. No tienen empacho en bramar al compás que marca la batuta de Diosdado, Nicolás, Jorge o cualquier otro de esos crápulas.
Por lo visto la coherencia no es un patrimonio venezolano. Perdón por el francés, pero vayan, como dicen mis amigos españoles, ¡a tomar por culo!
© Alfredo Cedeño
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