La Progresía, hermandad donde se ha refugiado esa fauna variopinta que anda como pollo sin cabeza y sin encontrar en qué palo ahorcarse, anda más alborotada que nunca. Los “progres”, como se autodenominan sus fieles, son dignos hijos de ese pastiche político-comunicacional a veces medio atorrante, otras altisonante, también mal bañados y peor vestidos, que han hecho suyo todo aquello que huela a reivindicación. Han acuñado términos como heteropatriarcado, el cual suele ser espetado con cierto aire de superioridad y pose matonil; también han rescatado el uso de fascista para aniquilar a cualquiera que ose oponerse a sus desvaríos e imposiciones. Estos dos ejemplos para citar un breve ejemplo.
Son hijos, o herederos, de eso que los sesudos han denominado postmodernismo y que alcanzó su apogeo con la publicación en 1979 de “La condición postmoderna", escrito por Jean-François Lyotard. Después de dicha furia intelectual han surgido distintas corrientes que se atribuyen la sucesión del mando del pensamiento. Se ha hablado de Metamodernismo, Neomodernismo, Post-postmodernismo, Altermodernismo, Realismo Especulativo, Aceleracionismo, Digimodernismo, cuyos fundamentos no me voy a dedicar a explicarles, porque seguramente sería colgado por mis zonas pudendas ante semejante despropósito de mi parte. Yo me imagino que en cualquier momento se comenzará a hablar de Progremodernismo.
La cosa es que esta cofradía de los “progres”, para volver a lo que quiero comentar andan con el alboroto exacerbado ante las palabras, altisonantes por demás, que pronunció recientemente el ilustre Papa Francisco en medio de una reunión con los obispos italianos. Han informado los muy respetables Corriere della Sera y la Repubblica, que el pibe Bergoglio, en un encuentro a puertas cerradas con los pastores itálicos, el pasado 20 de mayo, había dicho: “Ya hay demasiado mariconeo en los seminarios, así que no podemos seguir aceptándolos en los seminarios”. ¿Cómo se coló la información? Vaya usted a saber… Tal vez alguno de los primados, de alegres tendencias él, consideró que era un agravio que debía ser conocido.
Al darse a conocer la frase se dispararon todas la alarmas “progres” y las repercusiones comunicacionales fueron de tal impacto que el mismísimo Vaticano salió a explicar lo que dijo don Pancho, pero que no era lo que se entendía sino todo lo contrario. Y La Progresía atónita, sin decir esta boca es mía. Porque, ¿cómo hacen para continuar utilizando a Su Santidad como bandera en todas las causas justas que suelen embarcarse?
Yo me imagino que el heredero de san Pedro, buen jesuita, al fin y al cabo, se sentó a sacar cuentas, y pensó algo así como: “Ya va, ya va, ya va, este quilombo que me tienen armado unos cuantos bufarrones con sus nalgamentas despioladas no los puedo bancar. Además, que esto nos está costando mucha guita y vamos a terminar en quiebra, cada demanda que nos meten se morfa más y más lo que nos va quedando. Así que ya está bueno”. Él hizo su llamado a la moderación, pero, los defensores de lo indefendible han saltado como mono persiguiendo un gato para reclamar los derechos de la comunidad LGBTI, o como sea que se llaman los benditos colectivos esos. Es decir, poco importa que lo planteado por el Pontífice detenga la ola de pederastia que lleva décadas sacudiendo la estructura eclesiástica católica, con sus consecuentes daños a miles de vidas inocentes. Lo importante es que los derechos de la minoría tienen que imponerse a la mayoría.
Son las mismas razones que blanden cuando hablan de los derechos de los chacales palestinos, y la sádica respuesta de los malvados judíos a tan piadosos paisanos. Son los mismos argumentos que esgrimen cuando hablan de la autodeterminación de los pueblos y el derecho de los Castro, Putin, Ortega y Maduro, por mentar a cuatro, de acabar con sus países en nombre de una liberación que solo trae hambre, miseria y opresión.
¡Qué lindos son los progres!
© Alfredo Cedeño
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